Por Abraham Cortez Bernal*

En agosto de 2019 se vivió en CDMX una de las tantas expresiones de violencia comunitaria, bajo la supuesta defensa de derechos y seguridad de las mujeres. Fue con ese pretexto que se cometieron incuantificables daños y lesiones a decenas de personas. El 26 de agosto de 2018 en Torreón, Coahuila, el Médico Veterinario Miguel Olguín fue acusado sin prueba alguna en redes sociales por maltrato animal, y luego ejecutado en la vía pública. En septiembre 2018 en Metepec, Hidalgo, unas 200 personas sacaron por la fuerza a cuatro individuos de una comandancia, asesinando a uno de ellos. Poco se ha evolucionado desde el brutal linchamiento de Edgar Moreno Nolasco, Víctor Mireles Barrera y Cristóbal Bonilla, donde murieron estos dos últimos al ser quemados vivos en San Juan Ixtayopan, Tláhuac en noviembre de 2004.

¿Cuánto empoderamiento adquiere una persona al sentirse parte de una jauría?  Lamentable la comodidad con la que se puede ser abiertamente racista en Estados Unidos azuzado por discursos políticos. Tan indignante la ira de policías que golpearon a Rodney King en Los Ángeles estando esposado, como indignantes los disturbios que ocasionaron en la protesta por tales hechos en 1992. O de las conductas del ejército mexicano en Tlatelolco, como las manifestaciones violentas contra aquellas, cada año desde 1968. No importa si se tiene investidura de soldado, policía, mujer progresista, sindicalizado o religioso, pues cuando hay empoderamiento y anonimato, hay peligro de violencia.

Mucho se ha dicho que los disturbios o linchamientos obedecen a la impunidad y desconfianza en las autoridades, pero lo cierto es que cualquier causa vale como excusa. En la edad media la brujería era el pretexto perfecto para poder asesinar en la hoguera. Hoy el pretexto son la tauromaquia, la homosexualidad, el racismo, el feminismo y hasta el “veganismo” en cuyo nombre, carniceros de París padecieron más de 50 ataques en 2018 con pedradas sobre vidrieras y mostradores de sus comercios ¿Cuánto más absurdo puede ser?

Los linchamientos de Tláhuac en 2004 y los de Metepec en 2018, abanderaban la causa de castigar a ladrones de niños. Los integrantes de la APPO que en 2006 destruyeron edificios históricos de Oaxaca, abanderaban la causa de la educación. Los miles de muertos en Irak se causaron para inhabilitar las armas de destrucción masiva que nunca fueron encontradas (Zaffaroni), y las decenas de miles de muertos del sexenio calderonista se causaron para combatir la drogadicción, que por sí misma no alcanzaría ese número mortal ni en cien años.

Con ello podemos observar que la violencia comunitaria no tiene nacionalidad, sexo, edad, ni rostro de gobierno o gobernado. En Sociología Criminal, las llamadas “subculturas” presuponen la interacción entre varias personas que padecen inquietudes similares, generando un sentimiento de solidaridad de grupo, pertenencia, identidad y cierta camaradería. El criminólogo Albert Cohen afirmaba con acierto que la subcultura criminal a) no es lucrativa, porque persigue objetivos distintos al económico; b) es maliciosa y destructiva porque la satisfacción que genera deriva de la inconformidad de otros, mientras genera orgullo por hacer lo incorrecto; c) busca el hedonismo inmediato o placer del momento, contrario a lo que otros grupos aspirarían como lograr beneficios, fruto de su esfuerzo (Gracía-Pablos). Cohen se refería a jóvenes de barrios pobres, a quienes la estructura social establecida impidió el acceso al bienestar por las vías legales, generándoles conflicto cultural y estado de frustración. Pero me parece que puede ser el caso de cualquiera. Como muchos agricultores pobres cuya visión de éxito pasa por el narcotráfico y su estereotipo violento; o algunos afroamericanos que se muestran armados y con joyas, quizá como reacción a la esclavitud histórica y la discriminación. O aquel policía agredido por la descalificación ciudadana de estereotipos y las malas condiciones laborales, que se desquita contra el primer detenido que le dé motivo. Subculturalmente azuzados todos ellos por otros que sienten lo mismo.

No somos nosotros, ni ellas o aquellos; sino cada una de nuestras conductas por separado, las que pueden ser positivas o lesivas; parte del problema o parte de la solución. Un buen inicio es evitar linchamientos en redes sociales, y habilitar nuestra capacidad de abstracción para poder huir de cualquier jauría maliciosa que nos quiera seducir con su empoderamiento, sea cual sea la causa que utilice como señuelo.

Ver columna en periódico El Mexicano  3/10/2018
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