Desde antes de la pandemia los teléfonos móviles llamados inteligentes se habían convertido en una necesidad, sin embargo durante esta contingencia nos hemos percatado de que son imprescindibles para mantener la dinámica laboral, social y académica. Vivimos pues la época de mayor acceso a la comunicación en la historia de la humanidad, y los dispositivos que hace pocos años representaban un lujo, hoy están prácticamente al alcance de todos.
Entre la infinidad de plataformas que sirven de herramienta para distintos usos, se encuentran las relacionadas con redes sociales, como WhatsApp, Instagram, Snapchat, TikTok, Igtv, Twitter, Youtube, o Facebook entre otras. Estas no son, sino medios de comunicación, en donde el emisor nunca sabe con exactitud a donde va a parar la información, y el receptor a veces sabe de dónde viene y a veces no.
Si bien se reconoce cierto uso adictivo de teléfonos móviles o tabletas, debemos ser conscientes de que lo adictivo no es el dispositivo, sino la información a la que se accede. La prohibición o restricción de teléfonos móviles a los jóvenes, además de disfuncional, resulta inútil y tan absurda como prohibir los automóviles para evitar los choques. Al contrario, conviene involucrarnos en el conocimiento de las aplicaciones móviles y del propio aparato para poder supervisar un uso óptimo y seguro.
En el caso específico de menores de 12 años recomiendo descartar cualquier tipo de red social, pues incluso plataformas infantiles aparentemente confiables como “Messenger kids” permiten enviar fotografías que no se pueden borrar, y estas podrían llegar a hermanos o personas mayores que con un simple reenvío, comprometan la privacidad de toda una familia.
En general, algunas precauciones básicas son, elegir contraseñas seguras para el correo y redes sociales, mezclando letras, números y signos, además de cambiarlas periódicamente y siempre cerrar sesión. No es conveniente publicar dirección, teléfono o lugares que frecuentamos, ni nosotros, ni nuestros familiares; pues por ejemplo, una fotografía de nuestros hijos con el uniforme de su escuela, podría dar lugar a una llamada telefónica de extorsión o amenazas. O bien, una fotografía en el tráfico, donde ponemos “saliendo a casa”, podría dejar saber nuestra ruta, horarios y hasta lugar en donde trabajamos. Evitemos agregar personas desconocidas a perfiles personales. Por la misma razón no es recomendable abrir correos de usuarios que no identificamos, ni entablar conversación con ellos.
Recordemos además que, desde el simple hostigador estudiante, hasta el más experimentado delincuente, son observadores: los muebles de casa, el orden o desorden, los objetos de valor, familiares o amistades agregadas y sus nombres, es información que desafortunadamente puede ser utilizada para perjudicarnos.
Por supuesto, se recomienda no compartir imágenes que pongan en peligro nuestra reputación: Lo que puede ser gracioso para un pequeño grupo de amigos, podría comprometer nuestro futuro laboral, o bien; las imágenes propias de contenido sexual o erótico que pueden ser aceptables en pareja, podrían destruir la vida social de ambos si llegasen a manos de un tercero, lo que se conoce como sexting (Ver su regulación penal). No obstante, si aun así se quieren capturar esos momentos, deben almacenarse en un dispositivo seguro que requiera de contraseña, así como borrarlas permanentemente del teléfono y cualquier nube electrónica; conscientes de que compartirlas implica perder el control sobre ellas.
Antes que amenazar a nuestros adolescentes debemos convencerles, pues la amenaza pierde su efecto cuando no estamos, mientras la convicción perdura en todos los actos de su vida cotidiana. Así como es nuestro deber ineludible orientarles sobre su seguridad sexual, también lo es el decirles en donde ponen sus fotografías, sus videos y sus conversaciones.
Ver columna en Periódico El Mexicano 15/04/2020 y 30/01/2018
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