En abril de 2018 comenzó en Estados Unidos el despliegue militar que llevará mil seiscientos soldados de la Guardia Nacional a la frontera con México, bajo el discurso de que es necesario frenar la migración irregular; que como se sabe, ha sido criminalizada por el actual presidente desde su campaña electoral. Todavía causa irritación a muchos recordar el discurso en el que Trump sostuvo: “Cuando México envía a su gente, no envían a los mejores. Envían gente que tiene muchos problemas. Traen drogas, crimen, son violadores y, supongo que algunos son buenas personas”.
No obstante lo insolente del discurso y la falsedad de su generalización, no fue tan irracional como se cree, pues formaba parte de una efectiva estrategia de campaña electoral que le valió la presidencia de los Estados Unidos. Con ella lograba incidir en el elector mexicano residente, que no quiere más mexicanos, y también en el estadounidense nacionalista que se cree que el enemigo viene de fuera.
Este fenómeno, de atribuir los problemas sociales a la gente de fuera, no es exclusivo de Estados Unidos. Es común en una gran cantidad de países y ciudades tan distintas como su población. Cuando viví fuera de casa, en Tabasco hubo quien me sostuvo que la delincuencia común llegaba de El Salvador y la delincuencia organizada de Tamaulipas. En Chiapas, me decían que la delincuencia entraba por la frontera de Guatemala a Tapachula. En Barcelona muchos se quejaron de la supuesta delincuencia que llegaba de Senegal y de pandillas de Perú y Ecuador (entre las que por cierto, nos contaban a casi cualquier hispanoamericano). Hay tijuanenses que afirman que la delincuencia llega de Sinaloa, y en Playas de Rosarito no faltó la autoridad que se atrevió a proponer retenes nocturnos para impedir la llegada de criminales de Tijuana.
Desconozco en términos de psicología social, por qué se cree que en nuestras ciudades no nacen delincuentes, sino que siempre son culpables los de fuera, a quienes estigmatizamos como enemigos. Ciertamente el cerebro humano identifica patrones con los que diseña sus propias estadísticas de peligrosidad; pero mientras no reconozcamos que son arbitrarias, ahí estará el político que las aproveche con paliativos mediáticos de populismo punitivo. Así le hace Trump con el despliegue militar fronterizo, al gastar sumas millonarias de los estadounidenses, haciéndoles creer que es en favor de su seguridad, lo cual tiene poco sentido.
Actualmente desde las universidades se discute el llamado “Derecho Penal del Enemigo» impulsado por el profesor alemán Günter Jakobs, quien pese a ser un eminente jurista, ha recibido numerosas críticas por sostener que algunos delincuentes no deben ser tratados como personas, porque se vulnera la seguridad de las que sí son personas. El problema es que así se operó en el Nacionalsocialismo alemán, bien conocido por el profesor que hoy tiene 80 años de edad, con los resultados que ya sabemos. Y bajo esta misma lógica (aunque sin genocidio) se está criminalizando a una raza humana por el gobierno de Estados Unidos. Por eso la mayoría de los profesores de la materia, creemos que no debe castigarse a una persona por lo que es, sino por lo que hizo.
Lo recomendable aquí es no caer en la provocación de afirmar que los enemigos siempre vienen de fuera, y menos generalizar que los delincuentes son de tal o cual origen; porque además de la insolente imprecisión, distrae al político de las soluciones de fondo, y lo entretiene en la restricción de derechos humanos a satisfacción del clamor popular.
Buenísimo el aporte. Un cordial saludo.
Muchas gracias Eloisa. ¡Un cordial saludo..!