Había una vez, una joven muy hermosa de familia privilegiada. Tan hermosa que cuando paseaba por el colegio con su natural elegancia, dejaba boquiabiertos a todos los compañeros de clase, quienes paradójicamente no se le acercaban pues la veían inalcanzable por su atractiva belleza. Mientras tanto, las falsas amigas le criticaban y agredían con envidia, al sentirse opacadas por la atención que la bella chica generaba.
Por este motivo, la joven se sentía desdichada y lloraba frecuentemente. De su extenso séquito de admiradores, no había uno solo que se animara a proponerle que fuera su novia, bajo la creencia de que sería humillantemente rechazado. Además se acercaba la fecha del tradicional baile de graduación, y ella era prácticamente la única que no tenía pareja.
Un día, mientras lloraba a escondidas, exclamó: “¡Aceptaré como novio al primero que me lo proponga, no llegaré sola al baile!”. Y justamente al secar sus lágrimas, se le acerca de frente un chico de complexión robusta, cuyo rostro compaginaba el acné con unas gafas de aumento redondas, vestido con un overol azul cuyo largo dejaba al descubierto los tobillos y un humilde par de zapatos gastados, así como la parte superior de una vieja camisa a cuadros rojos, abotonada hasta el cuello. El chico al verla, extendió un ramillete de margaritas y le preguntó “¿Quieres ser mi novia?”. Ella, tras reflexionar que esa no era precisamente la clase de novio que siempre había deseado, pero también que tener su compañía le vendría bien sobre todo para no llegar sola al baile, respondió con resignación: “¡Esta bien, sí acepto ser tu novia!”. Fin de la historia.
No crean que se trata de una autobiografía, sino de un cuento que utilizo en clase para explicar la diferencia entre “desear” y “aceptar”, que es justamente la misma diferencia que existe entre el “dolo directo” y el “dolo eventual” en Derecho penal.
De acuerdo a la ley, obra dolosamente el que conociendo los elementos del tipo penal, o previendo como posible el resultado típico, “quiere o acepta” la realización del hecho descrito por la ley (9 CPF). El dolo es imprescindible en todos los delitos, a excepción de aquellos pocos que admiten también la imprudencia. Por ello es que aun cuando se encuentra en la mente del autor, la fiscalía debe demostrarlo en el proceso penal.
El dolo más común es el dolo directo, que se presenta cuando el autor del delito lo realiza sabiendo y deseando conscientemente su realización. Por ejemplo Juan quiere matar a Pedro y para ello le dispara en la frente. Pero hay otra clase de dolo llamado “eventual”, o dolo condicionado, que se caracteriza por que el sujeto no desea el resultado delictivo, pero al verlo como posible, acepta realizar la conducta peligrosa, aunque sea con resignación, tal como la elegante chica aceptó ser novia del humilde joven.
¿Para qué sirve la distinción? Pues por ejemplo, si algún ignorante dispara al aire para festejar año nuevo y esa bala mata a una persona; aun cuando el detonador del arma deseara que nadie resultara lastimado, sí que “aceptó” disparar a sabiendas de que podría matar, por lo que podremos castigarlo como “homicidio doloso” con pena de hasta 24 años de prisión (307 CPF). Habiendo dolo eventual descartaremos pues que alguien lo considere homicidio imprudente “porque no quería matar”, eliminando a su vez la posibilidad de un proceso en libertad, o de que le sustituyan la prisión por trabajo comunitario (60 y 70 CPF). Como hemos dicho, en estos casos hay dolo sin “querer” en el sentido de “desear”, basta con aceptar su determinación de disparar, conociendo el peligro que implica, si al final se materializa. Caso contrario, habría imprudencia si se tratara por ejemplo de un hecho de tránsito, para el que la sociedad exige castigo, pero no tan severo como para quien dispara. Y si en los hechos no hubiese dolo ni imprudencia, se tratará de un accidente, no de un delito.
Si lo anterior confunde, al menos quedémonos con la siguiente conclusión: En una boda vale más responder “si quiero”, que “si acepto”, a no ser que alguno de los novios esté celebrando su matrimonio sin desearlo, pero aceptándole con resignación.
Enlace a publicación de periódico El Mexicano de 9/01/2018