En nuestros sistemas sociales, la cultura del castigo es insoslayable. Desde pequeños nos han enseñado en dibujos animados o historietas de superhéroes, que el final feliz depende de castigar al “malo”. No se diga en el global e influyente cine estadounidense, donde la muerte o captura del antagonista genera cierta satisfacción en el espectador. Quizá por esa inercia ha sido tan difícil comprender que el castigo no es un fin en sí mismo, sino un medio para lograr otros fines, que muchas veces podemos conseguir sin necesidad de castigar o hacer daño alguno.
En este sentido, uno de los castigos preferidos por muchas sociedades ha sido la vergüenza. En la edad media se registraban ya castigos tan severos como azotes o la propia muerte, en los que como pena adicional se exponía al reo públicamente para causarle vergüenza. Hoy en día, nuestras leyes no la prevén como castigo legal, pero sí que se ejerce como daño colateral de las penas llamadas “legítimas”: Así por ejemplo pese a su prohibición procesal, no faltan autoridades que siguen exhibiendo a detenidos cual trofeos de cacería; o es común ver a infractores de faltas administrativas “paseando” en la caja de patrullas a la vista de todos, sin una puesta a disposición inmediata bajo pretexto de completar la estadística. Políticos y abogados cada día invitan a los medios a documentar que presentarán una denuncia contra tal o cual personaje, para que sea socialmente condenado y avergonzado aunque aquella no prospere.
Cuando la herramienta de las redes sociales o de los medios masivos de comunicación, llegan a caer en manos cobardes o en manos bien intencionadas pero imprudentes, se puede convertir en un arma demasiado peligrosa. Primero porque suelen garantizar el anonimato e impunidad del agresor; y segundo porque los daños que causa son prácticamente irreparables. Tan letales que pueden llegar al suicidio, como en el caso del el músico Armando Vega Gil quien el 1 de abril de 2019, poco antes de acabar con su vida escribía “…es un hecho que perderé mis trabajos, pues todos ellos se construyen sobre mi credibilidad pública. Mi vida está detenida, no hay salida. Sé que en redes no tengo manera de abogar por mí, cualquier cosa que diga será usada en mi contra…”. Aunque no comparta yo su mecanismo de solución, argumentos sobre su malestar no faltaban.
Aquí ya aquí en confianza, una vez me la aplicaron. Años antes de que existieran las redes sociales, varios periódicos y «tribuneros» de la radio local insinuaron durante casi una semana, una infamia sobre mí que no viene al caso referir ¿Saben cuántos comunicadores se acercaron para entrevistarme? cero, ninguno. El rumor acabó cuando el periodista Jesús Blancornelas, quien tampoco me entrevistó, publicó parte de un expediente que desmentía con fundamentos el chisme. Pero así, sin deberla ni temerla, el castigo de la vergüenza ya se había consumado, una condena sin juicio y sin derecho de réplica.
Los jueces de redes sociales suelen hacer de las suyas impunemente, a veces con buenas intenciones pero con tal ingenuidad que dan por cierta la primer información que llega a sus manos, haciéndola propia y publicándola, deseando que los demás la repliquen, creyendo que a través de la vergüenza se hará justicia aunque ocasionen todo lo contrario.
No obstante, cualquier castigo resulta ilegítimo si no reúne los siguientes tres requisitos: 1) Que esté permitido por el Derecho mediante leyes previas, escritas y estrictas (Estado de Derecho); 2) Que haya dimanado del pueblo formalizándose a través de sus representantes legisladores (Estado Democrático); y 3) quizá el más importante, que sirva para proteger a la sociedad. Todo castigo tiene un costo social, y sólo si el beneficio es mayor merece la pena aplicarlo (Estado Social). El 1 de abril de 2019, este castigo ilegítimo cobró una víctima mortal, pero tal vez nunca sepamos cuantos desempleos, rupturas familiares o crisis económicas ocasione irresponsablemente cada día, a cambio de resolver absolutamente nada.
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Enlace a periódico El Mexicano de fecha 3 de abril de 2019
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Completamente de acuerdo con usted, considero que este tema es muy delicado y más en la sociedad en la que vivimos hoy en día, con consecuencias muy graves y entonces ¿quién sería el responsable de esto? Impunemente juzgan y atacan sin pensar en el daño que provocan.
Creo que es momento de que nuestra sociedad cambie su cultura y dejemos de juzgar o castigar cuando muchas de las veces que lo hacen no tienen pruebas de lo que afirman, ya que para esto existen autoridades encargadas de investigar y sancionar a quienes cometen un acto delictivo.
Esto es algo que se vive día con día y siendo este un tema muy delicado, considero que es el momento de que se tomen medidas de prevención o sanciones adecuadas contra las personas que realicen este tipo actos.
Saludos Cordiales..
¡Saludos cordiales..!