A estas alturas de la campaña electoral, quizá la mayoría de los mexicanos tenemos una noción particular sobre cuál es el candidato presidencial que más nos convence. Unos con más información que otros, algunos más con dudas y desconfianza, otros de plano con información equivocada, pero ya definidos. En todo caso ocurre un fenómeno: Se suelen defender las ideas de “nuestro” elegido, aún por encima de la razón.
No me refiero a las expresiones de los propios candidatos, ya que el debate de ideas, la propuesta y la crítica, representan uno de los principales papeles de su candidatura, al igual que de quienes están involucrados en la campaña electoral. Me refiero a un amplio sector de la sociedad, negado a aceptar que todos los candidatos tienen virtudes y defectos, aceptando por supuesto sólo los defectos del otro y de quienes le rodean. Coleccionistas de memes en contra o a favor, incluso a sabiendas de su falsedad, como si la historia nos fuera a agradecer su difusión, más que la calidad que empeñemos en nuestro trabajo diario.
Este fenómeno, no necesariamente se genera por la formación, sapiencia o ignorancia. Uno de los factores de origen, es que como sociedad hemos procurado muy poco desarrollar nuestras propias capacidades de análisis y de abstracción.
El análisis consiste básicamente en separar las partes de una realidad, hasta llegar a conocer sus elementos fundamentales y observar qué relación guardan tales elementos entre sí, para luego conocer su estructura y composición. Con ella, por ejemplo, si vemos una fotografía de Meade con “El Bronco”, estaremos en posibilidad de entender que pudo ser una reunión de trabajo necesaria entre un gobernador y un secretario federal, y no que están posando para la foto de amistad. Cuando se afirma que un candidato es bueno o malo, en realidad se está prescindiendo de un buen análisis; es preferible afirmar que una propuesta concreta es buena o mala. Y más conveniente resulta aún, si identificamos cuales son los pro y los contra de dicha propuesta (sí, de cada una de ellas), es decir, lo bueno y lo malo de sus consecuencias a corto, mediano y largo plazo. Así advertiremos que cada propuesta, de cada candidato, tiene costos y beneficios, pudiendo llegar a una conclusión más razonada.
Por su parte, abstraerse consiste en “concentrarse en los propios pensamientos, apartando los sentidos o la mente de la realidad inmediata” (Diccionario R.A.E.) Por ejemplo, cuando veamos un linchamiento en redes sociales en contra de un candidato, antes de dar por cierto lo que se afirma y adherirnos sin cuestionamiento alguno; concentrémonos en el pensamiento propio, lo que nos llevará a validar o no la información y su veracidad; a identificar cual de nuestras necesidades queremos satisfacer concretamente; si caer en la provocación es necesario para nuestra pretensión, y cuáles serán las consecuencias o daños colaterales al hacerlo. Esta operación aunque parezca compleja, la podemos realizar en instantes, antes de compartir algún meme que desacredite a tal o cual candidato, y lo que es peor, que nos desacredite a nosotros mismos de forma innecesaria.
Dar nuestro voto y hacerle la campaña a alguien, sin previo ejercicio de abstracción y de análisis, es algo así como casarse enamorado, sin ver defectos en la pareja, y mucho menos saber cómo superarlos. Y todo aquello que se oponga a la relación es considerado enemigo. Así ocurre con las preferencias electorales que prescinden de análisis y de abstracción. Puede tocar suerte como en la pareja, pero no deja de ser una decisión con el juicio nublado por la ilusión de suposiciones muy personales, que no cuentan con evidencia alguna de su viabilidad. En todo caso, evitemos considerar tonto o enemigo a quien piensa distinto; y recordemos que tanto la corrupción como el honor, la capacidad y la incompetencia, no tienen partido político.
Ven en Periódico El Mexicano de fecha 9 de mayo de 2018