Sobre la realización de un referéndum para decidir sobre la independencia de Cataluña, es legítimo estar a favor, en contra, o imparcial, pues cada cual mantiene su propia lista de razonamientos, tanto político económicos, como de experiencias personales y familiares, entre las que pudo existir desde la trágica represión del siglo pasado, hasta alguna discriminación a la identidad, ideología e incluso al idioma en el presente.
Cierto es que en todas las polarizaciones hay quienes exageran la lesividad del contrario para beneficio y gloria mediática, como otros radicalizan su posicionamiento por encima de la razón: Tan solo el lunes 9 de octubre de 2017, derechistas con banderas de España lanzaban saludos nazis contra miembros de la coalición izquierdista Compromis en Valencia; es decir, violentos y pacifistas los hay en ambos bandos. Sin embargo, la “estrategia” represiva en contra de seres humanos, encabezada por el gobierno español el memorable primero de octubre; en donde hombres y mujeres incluso de la tercera edad pagaron con sangre sus intenciones democráticas, -ni siquiera propiamente independentistas- nos parece reprochable y disfuncional; por más que pudiese cuestionarse la legitimidad jurídica del referéndum.
Llama la atención, el artículo del Premio Nobel de literartura 2010, Mario Vargas Llosa publicado justo antes del referéndum por el prestigiado diario El País (enlace infra.), en el que de forma irresponsable, dada su influencia en el ámbito cultural; e insensible desde el punto de vista humano, insulta a catalanes independentistas con los adjetivos de «retrógrados», «bárbaros», «demagogos», «con alto nivel de testarudez», «patéticos», «ciegos y sordos a la racionalidad», «anticuados», «provincianistas racistas y anacrónicos», «irresponsables», «fanatizados» y «recalcitrantes»; quizás en un ejercicio de autoproyección inconsciente del autor que a ese nivel cultural pareciera inadmisible.
El escritor peruano critica también al nacionalismo, soslayando que nuestros pueblos latinoamericanos celebran cada año su independencia, por cierto también de España; y llega al colmo de la comodidad con la que admite: «desconozco los últimos episodios de este problema que ha tenido en vilo a todo el país en las últimas semanas”.
El ejercicio de nuestra libre opinión debe auto regularse de forma responsable considerando sus alcances, que en este caso no sólo apuntan hacia rijosos sin oficio ni beneficio; sino a la ofensa grave de padres y madres de familia que aspiran a un cambio, o de adultos mayores que pudieron haber vivido en otros tiempos la represión ideológica en la cárcel o en el asesinato institucional de familiares y amigos. Las aspiraciones y el dolor se respetan, no se insultan.
Cierto es que en nuestros países latinoamericanos tenemos mucho de qué preocuparnos, pero ni es válido aislarnos, ni es impedimento solidarizarnos con víctimas de cualquier acto de violencia en el mundo; incluida la violencia institucional cuando se prefiere por encima de estrategias políticas efectivas, o con víctimas de la violencia escrita, como la que expresa Vargas Llosa a quienes piensan distinto, porque esta última también transciende y también lesiona.
Ver columna en periódico El Mexicano de fecha 10 octubre 2017
Artículo aludido: “La hora cero” de Mario Vargas Llosa, publicado por El País el 1 de octubre de 2017.